miércoles, 27 noviembre, 2024
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Edición N°

LA ANGUSTIA INFINITA DE ESA REBUSCADA IGNORANCIA

Tiemblan los muros rosados del cimbronazo eleccionario, los ministros que suben y caen, la lava que come las pretensiones de un movimiento, que añorando décadas de gloria y poder, se carcome en desidia. Ya no nos cuidamos entre todos y la quema de barbijos comienza a desplegarse. Todo está permitido y la campaña renace con nuevos matices. Hubo una vez un bicho llamado covid al que hoy se ignora como a amante despechada.

Germán Rodríguez
diarioelnorte@diarioelnorte.com.ar

La bandera de quedate en casa y nos cuidamos entre todos vuela a lo lejos perdida en el fuego de las islas, aguijoneada por la mosquitada que grita presente y zumba entre turistas y devotos. Ya el verano tuvo gestos de anarquía pero el frío trajo de nuevo restricciones, la maraña de variantes que nadie tiene muy en claro y el fastidio de una ciudadanía que ya decía basta porque no se aguantaba más.

La pandemia destrozó una economía que llevaba muchos años convaleciente, una inflación que nuca paró y un deterioro social y cultural que acompaña toda caída siempre.

Somos números, somos cifras, meros archivos de personas reflejados en películas futuristas donde las máquinas ganan porque todos se vuelven una. No hay personas, hay estadísticas, hay dígitos que no cuentan historias, ni dolores, ni desamores ni nada, solo hay encuestas que hablan de estrategias y ánimos que no expresan ninguna diferencia.

Compramos consignas que nunca tuvieron sentido como la del pueblo unido que jamás ser vencido, sin dar un solo matiz de si eso es posible, o si alguna vez sucedió, por más que quieran reseñarse épicas históricas que tienen más de manipuleo o creación de mitologías argentinas, que de realidad.

El pueblo no se conduce, se arrea, se lleva numéricamente de un lado al otro y se le da lo que cree que pide, lo que le hacen creer que necesita, lo que se le mete en la cabeza que puede necesitar. No hay mayor poder que aquello que no se ve.

Creer

Creímos en una campaña monstruosa donde nos encerrábamos o moríamos, creímos que el otro era el enemigo, que un abrazo era un beso de muerte, creímos y quisimos creer lo que nos decían, porque en fondo siempre necesitamos directrices.

Y hoy, sin ningún dato certero, nos obligan a creer que nada pasa y como si saliéramos de una larga pesadilla que ahora se pierde en los malos recuerdos y las anécdotas de un año nefasto, la pandemia ya no existe. Creemos lo que nos convine entonces, porque salimos todos de nuevo a recitar loas a una nueva vida, a juntarnos con muchos y desconfiar de lo que se nos dice.

Creemos lo que queremos, porque no queremos las cosas porque son buenas, sino que son buenas porque así queremos que sean.

El poder juega todo en época de elecciones, se atacan despellejándose ante el pueblo sediento de sangre, buscando con lupa cada declaración o desdibujando frases fuera de contexto como la de Gollán que fácilmente se vuelve en enemigo público número uno, gracias a los advenedizos.





El poder no viene de arriba para abajo, el poder está en todos lados, lo ejercemos con nuestros allegados, es una disputa continua y enfermiza de una fuerza que no nos deja pensar, que nos impide sentarnos a reflexionar con lógica que es lo que carajo estamos haciendo.

La política entiende que todos juegan al poder y desde el mesianismo se invita a acompañar, a compartir lo que no es de nadie. Se usan eslóganes como “Todos” o “Juntos”, envolviéndonos en las decisiones que nunca tomaremos pero que nos harán creer que si lo hacemos. El poder verdadero es el que no se ve, aquel que nos hace creer que decidimos algo, que elegimos cuando votamos, que tenemos algún tipo de incidencia en lo que pasa. El verdadero poder nadie lo tiene, está ahí pero no se ve, es dañino porque es muy nuestro y nos domina.

“Si se puede” o “Todes” son moldeadores de realidades y como inocentes seguimos creyendo que nos están hablando.