miércoles, 27 noviembre, 2024
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HEREDEROS DEL FUEGO, EL ACERO Y EL RÍO

Esta semana, se cumplió un nuevo aniversario de nuestra ciudad, que nació del río, la ganadería, los viñedos, la sangre de los guerreros, el boom de los inmigrantes y la miseria en los despidos, forjando este paraje más viejo que la Argentina y que hoy de cara al río recuerda sus raíces. Lástima que no hay agua, che.

Germán Rodríguez
redaccion@diarioelnorte.com.ar

Marcada por los arroyos dio fruto a su nombre de santo, víctima siglos después del fuego y la miseria. Sueño de terratenientes, de hacendados y trabajadores, de soldados, de guerreros y de muerte, de saqueos, de esperanza, resignación y sueños. El río la vio crecer, luego lo olvidamos y como un padre que nunca se fue volvemos a verlo y disfrutarlo aunque la naturaleza quiere volver a esconderlo.

Nacimos del sueño de una bestia, el Yaguaron, que devoraba a los primeros habitantes, a los originarios que se fueron en el olvido y su nombre es un castigo que nadie menciona, los que sucumbieron a la metralla y el acero.



Su fundación es un misterio, pero nada importa porque su traza, su génesis de parroquia y pasto de vacas fue llamando a las primeras familias que transitaban un sueño de prosperidad, de viñedos, pesca y tierras fértiles.

El pueblo fue de guerreros y cuando la revolución nació, los hijos de los arroyos acompañaron a Belgrano al norte, siempre saliendo, siempre dando la vida afuera, como en la matanza de otro Belgrano, pero esta vez el barco hundido en la gesta de Malvinas, en el frío del Atlántico que aún sangra y se siente por el absurdo y la traición.

La ciudad fue sitiada y saqueada por piratas españoles que viendo el final se hacían ricos asolando las costas y la guerra se hizo verbo en esta localidad donde tuvo lugar la primera batalla naval, donde explotaron los cañones, donde se hundían las primigenias fragatas. Era una derrota, pero también una génesis, una historia que marcó Azopardo y nos recuerda un monumento al fondo de Pellegrini.

Separados

Guerras civiles, entre las antorchas que pensaban un país, que se desconocían en una grieta eterna, que forjaba un pacto, borrado con el codo, pero dando sentido a una pronta unión. Más soldados, más hijos del lugar enviados a la batalla, a la muerte segura como aquellos que fueron a la nefasta guerra de la triple alianza y de la que volvieron muy pocos  trayendo noticias de miedo y sangre, de barro y tragedia.



Luego el puerto fue prosperidad, crecimiento, paz. Descansábamos en el progreso, en la era industrial, en la llegada del acero que sería nuestro sinónimo, de los miles de inmigrantes que fueron dándole forma a la geografía. Chocando con la aristocracia que olvidaba su nacimiento y miraba de costado a los recién llegados.

Los barrios crecían aislados, desordenados, como pequeñas comarcas que se acercaban lentamente al centro.

San Nicolás se transformó en numerosos conglomerados, en barrios con su propia historia, dialéctica y sentido de pertenencia. Siempre nos costó estar unidos, nos miramos regionalmente, sectorizadamente, discriminatoriamente. En algún momento seleccionamos nicoleños entre nacidos y criados, nacidos y traídos y un montón de descripciones vergonzosas, pero que en un absurdo de la vida tomaron fuerza para generar dolor, desarraigo y abandono. Una selección que les decía a miles de ciudadanos que no tenían pertenencia, que su ciudad no debía ser su ciudad.

Pero San Nicolás creció y las tradiciones que lastiman se fueron perdiendo con la modernidad, con la muerte de los viejos carcamanes.



La dictadura también pegó fuerte en estas tierras, las botas lastimaron a los que pensaban distinto, callaron voces y nos dieron una generación marcada por el fuego, la intolerancia, el miedo y la discriminación. El macho nicoleño era el machirulo de hoy.

El autoritarismo de un cuartel que hoy fue cercenado, del servicio militar que a algunos les dio mucho y a otros les quitó todo.

Fuimos duros y salvajes con nosotros mismos, perdiendo el sentido de pertenencia.

Lo que somos

La Virgen marcó otra página fuerte en un pueblo creyente y que luego de la crisis de los 90 tomó más fuerza, se hizo nacional y dio un giro en la historia. Ya no había producción de acero, sino de fe.



San Nicolás de las industrias se vio golpeada y la crisis azotó más fuerte acá que en otros lados. Las villas miseria crecieron al ritmo del desempleo y nos dejó así como estamos, rotos y sobreviviendo.

Hoy la ciudad vuelve al río y busca en el turismo un nuevo marco. La memoria se recupera y nos vemos más orgullosos, más sentidos, más integrados y esperemos que más unidos.

Las dos caras que nos hacen humanos. La pobreza que persiste pero el creer que podemos dar más.

La indescifrable San Nicolás, que nos hace particulares y orgullosos, cumplió años, mientras el Yaguaron rasga las paredes de una caverna sin tiempo.