miércoles, 27 noviembre, 2024
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Copa América: el anfitrión, del que poco se esperaba, poco hizo

Copa América: el anfitrión, del que poco se esperaba, poco hizo

Ezequiel Guisone
Desde Estados Unidos
Enviado especial

Minutos después del triunfo inicial sobre Canadá en Atlanta, Lionel Scaloni se sentó en conferencia ante los periodistas y soltó la primera bomba: definió que “no fue decente” el campo de juego del imponente estadio Mercedes Benz. Lo dijo con la autoridad de ser el DT del campeón del mundo, y desató los primeros conflictos internos y de intereses en la dirigencia de Conmebol, Concacaf y las federaciones.

El armado y desarmado del césped en cada uno de los escenarios conspiró contra el buen estado de los mismos. Como si los norteamericanos no consideraran que el fútbol es un deporte en el que el balón rueda por el piso. “El problema no se iba a solucionar en tres días, hacía muchos meses que estaban definidas las sedes”, explicó Scaloni al justificar el porqué de no volver a tocar el tema mediáticamente.

El pedido de “bajar un cambio” existió, pero el problema no se podía ni siquiera disimular, y escaló sobre el final con la explosiva conferencia de Marcelo Bielsa tras la eliminación de Uruguay, en la que se refirió además al pésimo estado de buena parte de las canchas en los centros de entrenamiento.

Vaso rebalsado

Colombia vs. Argentina era la final más multitudinaria que podía ofrecer la Copa América. Lógicamente, una vez conocido el cruce nació la fiebre por las entradas, la reventa oficial a través de Ticketmaster y las primeras dudas. No sonaba extraño que los precios de los tickets escalaran hasta triplicar su valor, pero sí fue raro que no bajaran el precio con el correr de los días. El mismo domingo de la final, había miles de entradas disponibles en la web oficial con precios que superaban los 1500 dólares. La gente no estaba dispuesta a pagarlos, pero estaba preparada para entrar a la cancha.

No la vieron

En ese contexto, con casi 100 mil hinchas argentinos y colombianos en Miami con intenciones de ingresar a un estadio con capacidad para 65 mil, la final se organizó como si fuese un partido más. Inadmisible.

Se permitió el ingreso del público en general al sector del estacionamiento, donde la previa fue una auténtica fiesta. Pero había demasiada gente. Y cuando llegó la hora de abrir las puertas, se descontroló todo. Ante los primeros intentos de la gente “para colarse”, se decidió cerrar las puertas, dejando aprisionados a miles de hinchas sobre las rejas, con 40 grados de térmica, a la espera de una decisión que tardó más de una hora.

Los futbolistas hacían el precalentamiento y las tribunas estaban al 50 por ciento. El resto estaba afuera. Maltratados y humillados. El mal menor para Conmebol y Concacaf fue abrir las puertas para que entraran todos: los que tenían entradas y los que no. ¿La otra opción? Que no entrara nadie. La policía local seguía de cerca la situación dispuesta a evacuar a todo el mundo por la fuerza si hubiese sido necesario. Se quedaron con las ganas.

La desesperación, los gritos, las corridas. Si una de las puertas hubiese tenido un problema a la hora de esa apertura improvisada, hoy estaríamos escribiendo sobre una tragedia.

Fue una pésima prueba piloto pensando en el Mundial de 2026. FIFA tiene las herramientas para corregir cuestiones organizativas y de seguridad. Pero el compromiso del anfitrion debe ser total.

Con mayores controles, el escándalo del domingo en Miami no se repetirá.

Pero resulta difícil imaginar que Estados Unidos “tome en serio” el aspecto deportivo, instale los campos de juego como corresponde, los cuide varios meses antes y los presente de manera decente. Conmebol no estuvo a la altura para exigirlo. FIFA no tiene otra alternativa que lograrlo.