ALEJO, EL MESTIZO RENEGADO QUE LIDERÓ A LOS MAPUCHES CONTRA LOS CONQUISTADORES ESPAÑOLES

La llamada Guerra del Arauco fue un continuo dolor de cabeza para la Monarquía Hispánica, hasta el punto de que a veces se hacen comparaciones con lo que supuso la del Vietnam para EE. UU. En este contexto entra en escena el mestizo Alejo, quien lideró a los mapuches y organizó un verdadero ejército con el que infligió numerosas bajas a los invasores.

De la redacción de El Norte
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La llamada Guerra del Arauco fue un continuo dolor de cabeza para la Monarquía Hispánica, hasta el punto de que a veces se hacen comparaciones con lo que supuso la del Vietnam para EE. UU. Aunque los primeros españoles pisaron la región en la expedición que realizó Diego de Almagro en 1535, la dureza del clima y el paisaje, la falta de metales preciosos, la escasez de tierra cultivable, la ausencia de una civilización del nivel de la inca y la hostilidad de los indígenas llevaron a abandonar el lugar, al que no se regresó hasta unos años más tarde.

La región se vio envuelta en una larga y sangrienta guerra en la que los conquistadores no lograban imponer su autoridad ni los indios librarse del invasor.

En este contexto, entra en escena el mestizo Alejo. Era hijo de un lonco mapuche y de una española que había sido capturada en una emboscada al encomendero Alejandro de Vivar del Risco, cuando este regresaba sin escolta a Concepción tras visitar a su hermana en una de las estancias de la familia. La columna se vio interceptada cerca del río Laja por un malón, es decir, una de las razias que partidas de indios a caballo realizaban esporádicamente a imitación de las que hacían los blancos, que las llamaban malocas.

Alejo, empezó a instruir a los conas (guerreros) en las tácticas militares de sus enemigos, tal cual hiciera Lautaro un siglo antes: cómo protegerse de las armas de fuego, la forma de enfrentarse a la caballería y el procurar capturarle cañones al adversario para aprovecharlos.

Contando con su carisma y la experimentada ayuda de un jefe cona llamado Huenchullán, organizó un verdadero ejército y desarrolló una serie de acciones guerrilleras durante las cuales lo mismo asaltaba caravanas que apresaba soldados de patrulla, robaba armamamento (o reses) e incluso introducía un nuevo e ingenioso arma: una honda con la que lanzar proyectiles incendiarios. Así, Ñamku se convirtió en el primer toqui que no era enteramente mapuche y estaba listo para su primera batalla.

Encabezando a un millar de hombres, resultado de lograr una coalición de mapuches con cuncos, pehuenches y picunches, cruzó el Bio Bío para enfrentarse a los huincas, nombre con que se conocía a los españoles y que significaba algo así como nuevos incas, en alusión al intento de conquista que éstos ya habían llevado a cabo antaño. El choque se produjo en San Rafael, cayendo sobre los doscientos soldados de Pedro Gallegos. Este se atrincheró en un promontorio mientras esperaba refuerzos del Fuerte Conuco. Pero no pudieron llegar y al final sólo sobrevivió una decena de españoles, destinados a ser sacrificados o canjeados por prisioneros.

Victorioso

A esa rotunda victoria le siguió en 1660 la de Los Perales, en la que derrotó a los dos centenares y medio de efectivos de Bartolomé Pérez Villagrán. Pero ahí se acabó la racha. Un ataque a las fuerzas de Bartolomé Gómez Bravo acabó en fracaso y luego el gobernador organizó una columna de mil doscientos hombres con la que reforzó a la guarnición del Fuerte Conuco. Con ella rechazó una masiva carga de la caballería mapuche para después hacer una serie de malocas en las que devolvió aquellos primeros golpes dados por Alejo, quien tuvo que refugiarse en las montañas.

A finales de 1660 los mapuches acumulaban más de seiscientas bajas entre caídos en combates y afectados por una epidemia de viruela, por lo que el mestizo ya sólo podía contar con unos trescientos conas para un plan tan ambicioso como osado: tomar la ciudad de Concepción. Demasiado ambicioso, quizá, y no lo logró; no por la defensa que ofreció Juan de Zúñiga, ya que su fuerza era inferior numéricamente y cayó en el intento, sino por uno de esos misterios que tantas veces hemos visto a lo largo de la historia.

En efecto, estando Concepción a su merced, renunció a asaltarla, tal cual pasó con Aníbal o Atila ante Roma. Como en esos casos, leyenda y realidad se confunden y se cuenta que fue su propia madre la que dejó el convento para entrevistarse con él y rogarle que desistiera de su objetivo. Es posible que pese a la victoria sobre Zúñiga hubiera tenido demasiadas bajas como para adueñarse de toda una ciudad pero la decisión de Alejo no gustó y cuentan que mató con sus propias manos a Huenchullán cuando este se la recriminó públicamente. En cualquier caso Concepción se salvó; en cambio, se aproximaba el final de Alejo.

Y no llegó de manos españolas ni en batalla. Fue en 1680, en una muerte triste y patética, asesinado por dos de sus concubinas que aprovecharon que dormía borracho para coserlo a puñaladas, celosas de que hubiera convertido a dos rehenes blancas en nuevas esposas. Paradójicamente, las autoras del crimen huyeron junto a las españolas y se entregaron al gobernador, quien les concedió una pensión vitalicia. Mientras, Alejo fue enterrado cerca del río Laja y era sucedido en el mando por otro mestizo llamado Misqui e incluso otro mestizo Alejo se levantaría en 1738.