miércoles, 27 noviembre, 2024
Edición Diaria
Edición N°

LA SOÑADORA, EL PINTOR Y LA IMPREDECIBLE CONSISTENCIA DEL TIEMPO

CRÓNICAS DE LA TIERRA MEDIA

Somos instantes, momentos que nos hacen, que nos forman, que nos definen, somos historias que nos contaremos y confundiremos entre sueños. El tiempo es impredecible, inconsistente, un año es un minuto y a veces un minuto es una vida o el fin de esta. Carmen era la soñadora y su historia quedó inconclusa. Miguel es el pintor que pelea por su vida y dibuja garabatos en la cara de la muerte.

Germán Rodríguez
diarioelnorte@diarioelnorte.com.ar

Ella deambulaba con la bandeja y los pedidos, siempre sonriendo, a veces distraída, soñando, viajando a lugares que solo ella conocía. Él entendía la creación desde el pincel, en los garabatos que después se transformaban en arte, que tomaban vida desde su imaginación, una forma única e indescriptible, un testimonio del corazón que se plasmaba en la tela. La piel también era su lienzo un terreno propicio para dejar un mensaje de por vida, que otras personas lleven por siempre su impronta, su talento, todo su ser.

Ella cerraba los ojos cuando la música sonaba, abría los brazos y se dejaba llevar. Era enamoradiza, confundida y a veces triste, porque el amor juega todos esos juegos y deshoja etapas.

Cuando las agujas pinchaban la piel él ya veía la obra completa, observaba al dueño de la pintura y lo imaginaba caminar con su arte, porque ya sabía lo que el cliente no sabía, que esa pintura era él y él era su tatuaje, que en esa nueva piel nacía un nuevo ser, sea mujer u hombre. Que el arte transforma, inventa, nos bautiza.



Ella tenía dos hijos adolecentes, en la pelea de la edad con la vida, cuando el mundo se descubre más salvaje, cuando los otros pasan a ser dolores o amores, cuando el vértigo de la existencia se acelera, donde las hormonas dominan la razón y nada justifica las acciones. Esa edad en que mamá es una incógnita, cuestionable y hay que pelear con los prejuicios y el mal humor.

Él tenía dos hijas, también adolescentes, las compañeras, un misterio de la vida, una meta para la pelea diaria, para el seguir adelante, el motor de todas las cosas, el primer movimiento, lo que empuja la rueda, lo que le da un sentido a eso que se llama vivir y no podemos entender. La suma de todas las cosas y el fin de los lamentos. Somos esto y no sabemos dónde está lo otro. Un marca de uno en esta tierra, un legado que es una huella más fuerte que un tatuaje.

Final

El sonido era un estruendo de motores acelerados, la luz llegó con un fulgor indescriptible, el mundo estalló en mil pedazos, se perdió en fuego y sangre, las chapas y los plásticos hicieron implosión, los cuerpos destruidos, la bestia devorando el costado, la sorpresa, la inevitable sorpresa de la muerte, de la que no se habla, de la que nada se sabe, la que espera y desespera, la segura finitud, la imposibilidad de todas las posibilidades.



Entonces los ojos de ella ya no soñaron más, las miradas que viajaban se perdieron en la oscuridad, el dolor que fue intenso fue breve también, el vestido blanco se desarmó entre el caos de la explosión. Nadie caminará entre las mesas como ella lo hacía, ni se perderá en charlas con desconocidos ni bailará en el aire suspendida por lugares incansables. La muerte la llevó porque así es ella, porque no explica sus razones, porque se basta de cualquier hijo de puta para blandir la guadaña.

Él sueña dibujos entubado en una sala blanca, peleando contra esa bestia desconocida, marcando garabatos en el aire como rituales para seguir, su hija lo espera, lo llora, sus padres claman justicia y que de arriba le den una mano. Tampoco sabe lo que sucedió, de todos los hierros estrujados, del dolor, el impacto y un largo sueño del que ansía despertar. ¿Sabrá que está dormido? ¿Sabrá de todos sus amigos y familiares que lo esperan? ¿O nos está mirando como en una broma tomando carrera para despertar? ¿Sabrá que Carmen murió?

La camioneta era un tren, una topadora, un arma, un caño disparado que jugaba a matar o morir. Un acto de impunidad que espera ser castigado, pero que apuesta a salvarse como siempre le sale. Los buitres sobrevuelan, tejen trampas, acusan y ríen.