LA PREGUNTA SIN RESPUESTAS

CRÓNICAS DE LA CUARENTENA

Con la cantidad de casos de covid que golpean la ciudad y el país, el elevado número de muertos y la falta de camas de terapia intensiva, el sentido común indica que debería cerrarse todo. La realidad es que no se puede, que no hay plata que lo sostenga, que lo que se hizo el año pasado con pocos casos es lo que se debería hacer ahora, pero un año es una eternidad y lo que una vez fue una opción, hoy es un desvarío. Solo resta cuidarnos por cuenta propia y vacunarnos. Sentido común le pega a la realidad

Germán Rodríguez
diarioelnorte@diarioelnorte.com.ar

La segunda ola vino con toda la fuerza que se anunciaba, de la que nos advertían desde Europa, donde invocaban que sería peor. Nosotros, relajados, cansados y confiados la sentimos como una trompada inmensa e inconsciente. Relajados porque las señales eran para hacer la plancha, ya casi no había controles, las fronteras de ciudades y pueblos estaban abiertas, muy lejos de esa época en la que para ir a Theobald por ejemplo te bañaban en alcohol y te lavaban el auto, siempre y cuando tuvieras en el celular la aplicación que acreditaba que no tenías fiebre alta (rara la App Cuidar, donde el usuario mismo le dice al Estado que se siente bien y este confía ciegamente en nuestro criterio). En el verano los días tenían mucha vida y a pesar de algunas restricciones había atisbos de cotidianeidad, los problemas del país eran más políticos y se debatía, entre pañuelos verdes y celestes, la cuestión de la interrupción legal del embarazo con manifestaciones, marchas y aglomeramiento que a nadie llamaba la atención, más aun teniéndose en cuenta la masiva despedida del Diego donde entendimos lo que puede ser el dolor masivo.

Cansados, porque en la cabeza de nadie cabía la posibilidad de volver a encerrarnos como en el 2020 cuando casi sin casos se vivía en un virtual estado de sitio, con todos temerosos, aplaudiendo a los médicos que trabajaban a destajo, pero con los casos de siempre porque, como repetimos, enfermos de covid caían muy pocos y cuando alguien se contagiaba se le hacia un aislamiento de tipo ET (la película vieja de Spielberg, no la de Porcel y Olmedo). Lo que sí, el golpe a la economía, con todos los negocios cerrados, fue tan duro que era insostenible repetirlo. La cuarentena estricta fue innecesaria, y con el diario del lunes nos damos cuenta de que dejó un tendal de pobreza difícil de remontar.

Y confiados porque de alguna manera ya habían prometido que para la segunda ola la mayoría de los argentinos estaríamos vacunados y tranquilos. En realidad la vacunación llegó escasa y llena de escándalos, donde se vio la desesperación de vacunarse saltando filas y apelando a amigos. Confundían los mensajes cruzados, los viajes  de los aviones y el origen de las vacunas, todo era confuso porque los discursos eran tan distintos que ya nadie sabía lo que se pondrían en el brazo.

Hoy se está celebrando la vacunación que viaja a buen ritmo, pero la muerte comenzó a golpear con dureza tratando de despertarnos de un largo letargo que, a la vista de cómo está la ciudad, nadie lo advierte o no le importa.

¿De dónde venimos?

El presidente, cuando no está dando material para memes, trata de dar mensajes de contagiarnos, perdón, de cuidarnos, y se apela a quedarnos en casa, pero de fondo se nota que sabe, que sabemos, que ya no hay un mango para hacerlo y que el cierre total es un deseo irrealizable. Por algo en el peor momento de la pandemia no se hace y se busca la forma de continuar las actividades con protocolos, lo que debería haberse hecho siempre y no solo para la tribuna.

Eso sí, de onda, Alberto, no te digo que te encierres en tu casa a las 7 de la tarde para ver Netflix, pero tomate un parate de declaraciones porque se nota que estarías pasado de vueltas y desde la agrupación de hacedores de memes no estarían dando abasto para cubrir tantas metidas de pata.

Pedir a la gente algo en este contexto es tirar una bomba que fragmenta cada días más las ideologías implantadas en el inconsciente colectivo. Lo que no ayuda son las malas señales, porque en una época de paritarias pobres que son limosnas al lado de la descontrolada inflación, que los funcionarios se otorguen un aumento del 40% son como tres dedos cruzados en el orgullo, y menos eso de andar argumentando pobreza. Son simples gestos tirados en el peor momento que, lejos de ayudar, actúan de combustible al incendio del malestar social. Hay mucha gente que desde este nuevo bajón de fases no trabaja y hay que ser muy delicado de no joder susceptibilidades prontas a estallar.

Es cierto, el personal médico está saturado y piden a gritos el cierre de todo porque ya no hay camas y no solo para atender pacientes con covid sino para lesionados por accidentes de tránsito o enfermedades. Lamentablemente la solución se gastó innecesariamente el año pasado y hoy, repetimos, lo único que queda es el cuidado personal y como clásico argentino el atar todo con alambres. Probablemente los argentinos venimos de las ferreterías.