miércoles, 27 noviembre, 2024
Edición Diaria
Edición N°

LA PELEA DE LOS SORDOS

Son los que toman las grandes decisiones, pero que no dicen nada y escuchan menos, son los que responden al pueblo pero sin tener concepto del mismo, ni que este se pueda expedir. Son la mostrada prueba de la inexistencia del eterno retorno y del reconocimiento del absurdo como una forma de expresión nacional y popular, que se consume perfectamente con una birra helada.

Germán Rodríguez
diarioelnorte@diarioelnorte.com.ar

Pensando un poco al estudioso del renacimiento David Hume podemos inferir que además de no existir, lo que ya es un gran problema, básicamente tampoco decidimos, lo que tiene su lógica. Esta teoría suscribe a que no podemos elegir porque las opciones que se nos dan son pocas, escuetas y predeterminadas, que los discursos responden a estímulos que se nos van inyectando día a día y que solo somos antenas receptoras que repetimos conductas y lo único que hacemos es sumar números para jugar a que tomamos decisiones y que esa entidad llamada pueblo, del que nadie tiene una clara noción, pero que en los discursos forma parte de los primeros renglones, pueda tomar alguna determinación.

Después formando parte de ese largo entramado, donde nos hacen creer que decidimos, es que meten los debates, en los que para mayor humor de la jornada se imponen un par de reglas que en si no tienen sentido y que de alguna forma le quitan fundamento a esa idea de debate, tanto con los tiempos que nadie obedece, como estas estructuras de preguntar y repreguntar donde nadie se escucha.



Calamardo

En ese juego del calamar televisivo versión argentina los candidatos se bardean de los lindo tratándose de criminales y ladrones para luego saludarse afectuosamente celebrando la democracia y sabiéndose participantes de una disputa donde solo son la cara de distintas predeterminaciones cerebrales de una población que los mira entendiendo poco y nada, pero esperando que se pudra solo para decir ¿viste cómo se pudrió?, muy similar al que ve carreras de autos esperando que alguno choque.

Pero no se pudrió nada porque todo se muestra como la puesta en escena  de una gran comedia con verdaderos gags  y pases de hilaridad brillantes, pero vacíos, muy vacíos.



Oficialismo y oposición grosa y ganadora rebatiéndose pequeños cortes del relato, extractos inservibles de las decisiones más valederas para tocar la fibra intimas de los telespectadores, que valoran más la gestualidades de un hombre común y corriente del que se puede tener empatía, aunque no sea más que un disfraz caza bobos, que proyectos y experiencia legislativa que suenan complicados y solo producen aburrimiento. Es más votable un tipo que camina por el barrio contándote que es como vos y que también se peló las rodillas en el potrero, que un estadista con cinco doctorados que entiende las variables económicas del mercado, dando claras muestras de que no sabe lo que es jugar con los pibes en el barrio.



Muy cortitos

Entonces están estos que se endilgan minimidades, siendo ambos responsables del 50% de pobreza, otro que apela a la izquierda menos resolutiva desde que Lenin se reveló al capitalismo y que con la historieta de no pagarle al fondo monetario y expropiar las tierras retrasa mas que tipo quisquilloso en un cajero automático, sumándose al golpe emocional de los libertarios que hacen referencia a una argentina potencia mundial que nunca existió y que si hubo algo fue solo de unos pocos, mencionando a un Alberdi con valores del siglo XIX para vender una historia de libre mercado con poco asidero y casi nada de similitudes en el mundo.

Pero todos los pobres discursos están plagados de golpes de efecto, acusaciones bruscas y sin que por eso intervenga ningún fuero penal, donde logran afectar la emotividad de los espectadores que repiten lo que escuchan y lo debaten en la calle. Aunque a la mayoría ya no le interesa nada y se suma al gran descreimiento general.



Entonces la batalla son los precios y una inflación que busca controlarse desde la regulación de los mismos en el último eslabón de la cadena que son los supermercados, pasando de largo todos los otros actores que producen la inflación y cagandose en toda teoría economicista como único afán de ganar votos. Táctica usada primero ignorando la pandemia que alguna vez fue el caballito de batalla y hoy pensando en el bolsillo de la gente (la gente siempre tuvo bolsillo por si se olvidaron) con medidas polémicas y que vienen bien para la época, porque mientras la oposición se opone ferozmente, se desdibuja la confusión de quien es que el que quiere realmente a su pueblo. Toda una joda para captar sufragios en un juego que se repite tan infinitamente que ya molesta de tan repetitivo.

Son todos iguales dicen por ahí, con algo de verdad, pero son iguales a nosotros y todos somos la misma persona, la misma reacción y como diría Hume la misma inexistencia.