miércoles, 27 noviembre, 2024
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EL DÍA QUE QUEDAMOS EN SILENCIO

El sol tiene más brillo que cualquier pantalla led, los colores son más fuertes e intensos que el pixelado más avanzado, el mundo con sus sensaciones supera cualquier realidad virtual. La naturaleza se descubrió cuando las redes sociales cayeron y la mayoría se sintieron incómodos, desnudos y solos. No había emoticones que reflejen semejante momento ni caracteres que alcancen a  describirlo.

Germán Rodríguez
diarioelnorte@diarioelnorte.com.ar

Había un vacío, un agujero, un espacio sin fondo, un silencio que incomoda, algo inconfortable, que se antojaba a la palabra más mala palabra de todas las palabras: el aburrimiento, el hastío, esa sensación de no saber qué hacer, de cómo llenar las horas tediosas que nos hacían estar con nosotros mismos, o peor aún, con el otro.

El día que cayeron WhatsApp, Instagram y Facebook la humanidad se sintió abandonada, como retrocediendo a una edad oscura y agotadora. Un rato de tele, gastando series, pero que se ven siempre con un ojo en el teléfono, entonces perdían sentido. Somos seres para el entretenimiento, para la industria, que como explicaba hace miles de años Epicuro, nos ayudan a rehuir al dolor y abrazar el placer, escapar de la razón y sumergirnos en ficciones que nos hacen sentir que existimos, que somos, que pertenecemos a algún lugar. Nos mienten, pero sabiendo que sabemos que nos mentimos.

Nuevo mundo

Lo primero que sintió que recuperaba era la visión, como que ya podía ver más lejos, que los planos de la realidad no solo se pergeñaban en esa pequeña pantalla, que había algo detrás de los pixeles, una realidad distinta, feroz, agresiva y que se sentía en la piel. Caminó las cuadras como si estuviera en un nuevo mundo, la vida se le pareció a un 3d perfecto, un programa increíble con una realidad virtual más que avanzada. Le costaba diferenciar lo real de lo analógico.



Una mujer se le acercó a preguntarle algo, sintió que la conocía, pero se le antojaba un usuario desconocido, la interrelación sin un teclado se le hacía complicada y no poder utilizar el recurso de los “jajaja” para salir de cualquier situación complicada era imposible.

Quiso postear una frase que se le escapó de los labios. La mujer le preguntó dónde quedaba una parrilla, no era de acá y estaba paseando. Sin saber su número no podía mandarle ubicación y menos contestar con algún sticker, de los que se enorgullecía de tener una colección memorable. Optó por señalar la nada, apretar control shift y F2 para salir del lugar sin pena ni gloria, sintió el ‘game over’ pegándole en la nuca y la frustración de esas relaciones interpersonales que habían quedado guardadas en un pasado arcaico. Este juego de vivir es más complejo de lo que esperaba.

Sin amor

Prendió y apagó el wifi como 500 veces, reseteó el teléfono otras tantas pero estaba verdaderamente incomunicado. Había quedado en chatear con ella, que al fin comenzó a seguirlo y le respondió con likes sus posteos, sintió que ese amor estaba creciendo, sus fotos de perfil la hacían deseable, pero sabiendo que la realidad es diferente, le bajó algunos puntos, aun así estaba bastante bien. Hubo un par de chats, emoticones traduciendo palabras y sensaciones, muchas frases y la promesa de conocerse en algún lugar, todo bien hasta que el relojito quedó clavado en su último mensaje y ya el mundo se había paralizado.



No tenía dirección, el perfil no le sugería nada, no tenía forma de contactar amigas porque la única comunicación era esa que había caído y para colmo Facebook se sumaba al ataque. Pensó en mandarle un link de telegram, pero solo lo podía hacer por WhatsApp y este había muerto hacía tres horas, lo que para cualquier usuario es definitivo.

Llamarla por teléfono se le antojaba atrevido, grotesco, invasivo, una falta de ese respeto insipiente, una invasión a la privacidad. Conversar en vivo, intercambiar palabras con sonidos, timbres de voz, expresiones que no se pueden corregir ni tienen corrector es una aventura impensable.

El mundo de tantos colores y pixeles y una 3 de avanzada superan las mentes tecnológicas y preanuncian un apocalipsis que nadie quiere, el de la naturaleza. Zuckerberg, más cuidado por favor con los botones que aprietan.