POR QUÉ HOLANDA ENVÍA CADA AÑOS 10.000 BULBOS DE TULIPANES A CANADÁ

Durante las dos primeras décadas del siglo XVII el tulipán adquirió carácter de artículo de lujo en Holanda, disparándose su precio hasta extremos inauditos (hasta treinta mil florines se pagaron por tres raros bulbos en 1637, cuando una casa valía alrededor de diez mil). Fue la llamada Fiebre del Tulipán, toda una locura especulativa que enriqueció a muchos hasta que la burbuja explotó ese mismo año, desplomándose los precios y provocando la ruina de quienes se habían hipotecado en ese negocio.

De todas formas, el tulipán pervivió como un nicho económico más y pasó a ser un símbolo de aquella burguesía floreciente -nunca mejor dicho- que impulsó el desarrollo del país. Y de esa forma llegamos al 10 de mayo de 1940, fecha en que el ejército alemán atacó Holanda ignorando su declaración de neutralidad y ocupándola en una semana; las defensas eran obsoletas, basadas en el viejo sistema de la Línea de Agua (abrir los diques para inundar los campos) pero los paracaidistas germanos y el duro bombardeo de Róterdam llevaron a la capitulación.

Fuga

En esas dramáticas circunstancias la familia real tuvo que refugiarse en Gran Bretaña. Pero pronto quedó patente que el lugar de acogida no resultaba menos peligroso, dado que la Luftwaffe machacaba sistemáticamente las ciudades inglesas en aquellos raids aéreos que suelen agruparse bajo el nombre de Blitz. Así que mientras la reina Guillermina decidía quedarse para dar ejemplo, un mes más tarde envió a las princesas Juliana y Beatrix a un sitio seguro: Canadá.

A Ottawa para ser exactos. Allí llevaron una vida relativamente sencilla, asistiendo a la escuela pública, haciendo las compras en persona, tomando el autobús para sus desplazamientos, etc. Y fue allí donde, el 19 de enero de 1943, Juliana dio a luz a la tercera de sus cuatro hijas, la princesa Margarita. Lo hizo en el Hospital Cívico de Ottawa y el gobierno canadiense tuvo que realizar una curiosa pirueta legal: declarar el barrio donde se ubicaba extraterritorial.

Con ello se evitaba que la recién nacida no quedase excluida de la sucesión al trono, pues la ley impide que pueda reinar quien haya nacido en otro país. La declaración de extraterritorialidad en lugar de conceder una soberanía holandesa temporal al sitio permitía que el resto de bebés alumbrados esa jornada fueran canadienses y no holandeses. El caso es que Margarita llegó a este mundo con repique de campanas del ayuntamiento otaués y una gran bandera con los colores de su patria desplegada en el Parlamento, algo que sin duda agradó especialmente a la reina Guillermina, que quiso estar presente junto al padre, Bernardo de Lippe-Biesterfeld (alemán pero antinazi).

Agradecimiento

El 2 de mayo de 1945 la familia real regresó a los Países Bajos, ya libres de la presencia alemana y la soberana pidió al gobierno que se enviasen cien mil bulbos de tulipán a Canadá para decorar los parques de Ottawa en agradecimiento por su atención. De hecho, no sólo por ella sino también porque fue el Primer Ejército Canadiense el que encabezó la liberación tomando las zonas costeras del norte y este: Groningen, Drenthe, Zwolle, Apeldoor… Además, el día 6 el general Johannes Blaskowitz se rindió en Wegeningen ante su homólogo canadiense Charles Foulkes.

Ello llevó a algunas de las ciudades de esa zona a establecer un estrecho vínculo con Canadá y a celebrar la liberación con fiestas temáticas. En ellas suelen tener un protagonismo especial los tulipanes, de ahí el regalo de la reina, que además tenía un sentido extra porque fue uno de los pocos productos nacionales que no se resentía de la miseria provocada por la guerra -ya dijimos que crecía con cierta facilidad- y que no escaseó demasiado durante el Hongerwinter, el terrible invierno de 1944 que se cobró más de veinte mil víctimas entre la hambruna causada por el embargo alemán (en represalia por una huelga de ferrocarriles) y el frío (La Fuerza Aérea Canadiense también fue responsable de la Operación Manna, el puente aéreo establecido urgentemente para aprovisionar a la población civil).

En 1946 volvió a hacerse un nuevo envío de veinte mil bulbos de tulipán, esta vez a iniciativa de la princesa Juliana, y la cosa se institucionalizó con la promesa de mandar diez mil cada año por esas fechas. De esta manera, esa flor se hizo familiar a los canadienses y en 1953 la Junta de Comercio de Ottawa organizó la que sería primera edición del festival mencionado al comienzo.

La de 1967 contó incluso con la visita en persona de Juliana, que ya ceñía la corona desde 1948 por abdicación de su madre, mientras que en la de 2002, por su quincuagésimo aniversario, fue la princesa Margarita la que hizo acto de presencia en su ciudad natal. El Festival Canadiense del Tulipán es hoy una exaltación de la amistad entre dos naciones que comparten un pasado común con una flor como nexo de unión.