viernes, 7 febrero, 2025
Edición Diaria
Edición N°

“Señor, sálvanos que nos hundimos”

HE VENIDO PARA QUE TENGAN VIDA

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Mateo (Mt 14,22-33).

Por el monseñor Hugo Norberto Santiago
Obispo de la Diócesis de San Nicolás

Después de la multiplicación de los panes, Jesús obligó a los discípulos a que subieran a la barca y pasaran antes que Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. ‘Es un fantasma’, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: ‘Tranquilícense, soy Yo; no teman’. Entonces Pedro le respondió: ‘Señor, si eres Tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua’. ‘Ven’ le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: ‘Señor, sálvame’. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: ‘Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?’. En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante Él, diciendo: ‘Verdaderamente, Tú eres el Hijo de Dios’”.
Palabra del Señor.

La experiencia de hundirnos

    Este texto de los Evangelios tiene el título de “La tempestad calmada”. El mar es el símbolo de “lo inseguro”, de la realidad en la cual uno “no hace pie”, más si se está navegando y comienza una tormenta que agita violentamente la embarcación en la que estamos y corremos el peligro de hundirnos en profundidades enormes, lejos de la costa y de quien pueda auxiliarnos. Si vivimos una situación así, seguramente sentiremos que tenemos altas probabilidades de morir y eso nos dará mucho miedo, tomaremos conciencia de que para nosotros se acabó la historia, el abrazo a nuestros seres queridos, nuestros proyectos. Es una situación límite que muestra la maravilla y la fragilidad de la vida humana; la maravilla porque es hermoso vivir; la fragilidad, porque se experimenta de cerca que, en determinadas situaciones, no podemos hacer nada para impedir el hambre, la guerra y la muerte.

Las tempestades en nuestras vidas

     Las “tempestades” nos hacen tomar conciencia de la fragilidad de nuestra vida. A veces son causadas por el hombre mismo, por ejemplo, la actual guerra en Ucrania, donde vemos emigrar a millones de personas cuyas casas han sido destruidas por los misiles, asiladas en lugares precarios y temporarios cedidos por el país que los aloja, con un idioma distinto al propio; otras veces son catástrofes que se dan en la naturaleza: terremotos, ciclones, huracanes, que destruyen todo lo que estaba “asentado en tierra”, en un lugar que parecía seguro; a veces es una enfermedad grave que aparece en nuestras vida sin aviso previo; otras veces es la situación económica como la que vive nuestro país en la actualidad la que hace colapsar un hogar haciendo insostenible el sustento para casa y comida. Por eso es difícil que en la experiencia de nuestra impotencia para impedir los efectos devastadores de estos acontecimientos no levantemos la voz como Pedro en la tempestad calmada, diciéndole a Dios: “Señor, ¿no te importa que nos hundamos?”.

Llamar a Dios

 Jesús, caminando sobre las aguas de un mar agitado, da a Pedro el claro mensaje de que es el Señor, el hacedor y el dominador de la naturaleza, El que da paz en las tormentas y lo invita a no desesperarse y a confiar en que Él también puede “caminar sobre las aguas”, dominar lo que parece indómito. Pedro comienza caminar, pero se hunde por su falta de confianza en Dios; cae en el miedo, la depresión y la desesperación. Jesús, reprochándole su falta de fe, lo toma de la mano, lo salva y calma la tempestad. Queda claro para Pedro: sin Jesús, sin Dios, experimenta su fragilidad y se hunde. Tanto la guerra de Ucrania como la situación económica de nuestro país corroído por la falta de valores, la insensibilidad, el individualismo, la injusticia y la violencia, hacen que nos preguntemos si no lo hemos sacado a Dios de nuestra vida y por eso nos estamos hundiendo. Me pregunto si desde nuestra autosuficiencia tecnológica no le estamos diciendo a Dios: “No te necesitamos; no necesitamos tus valores de humildad, solidaridad, de justicia, no necesitamos de los diez mandamientos para vivir, somos una sociedad moderna, científica y pragmática”. De acuerdo, pero humanamente hablando, ¿no nos estamos hundiendo? ¿La barca de nuestra humanidad no “hace agua” en varias partes?  Lo positivo de los “momentos límite” como los que vivimos hoy es que nos suelen hacer pensar y reaccionar, y tal vez, como le ocurrió a Pedro cuando se hundía, nos hacen gritarle a Jesús: “Señor, auxílianos, por favor”. Dios, como no es rencoroso ni vengativo, por más que lo hayamos dejado de lado, cada vez que lo llamemos, pero sólo si lo llamamos, porque nos hizo libres y respeta nuestra libertad, entrará de nuevo en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro país, en nuestro mundo y nos salvará de la crisis de los desvalores que nos están hundiendo como planeta y como sociedad. Es cuestión de reincorporar al único Señor capaz de rescatarnos y darnos paz en las tormentas.

Buen domingo.