¿QUÉ SUEÑAN LOS SOLDADITOS DE LA DROGA CUANDO ESPÍAN EN LOS TECHOS?

CRÓNICAS DE LA TIERRA MEDIA

Las calles del barrio no tienen secretos y con silbidos las vigilan, los tranzas negocian, los chetos compran y los pibes en los techos vigilan en el lugar. Suena un tiro de vez en cuando, pero ahí, en San Francisco es como si nada. Las motitos van de un lado para el otro llevando y trayendo, alimentando a un monstruo que se los come a todos, mientras las plantitas crecen en los patios. El pibe cuida y sueña, enrolando otro fasito que se lo lleve de ese lugar.

Germán Rodríguez
diarioelnorte@diarioelnorte.com.ar

El pibito, se prendió un faso ahí nomás en la esquina, sin importarle nada, como ya pasaba desde hacía rato. Estaba entre cansado y podrido de esperar, como que se le pasaban las horas que se perdían y no estaba haciendo nada en otro lado, preso de una ansiedad que tampoco entendía pero lo jodia bastante. El remis apareció antes de que se le apagara del todo y se guardó la tuquita en un bolsillo. Después con eso se pueden hacer otras cosas. El chofer lo saludó con un gesto y bajaron dos clientes, dos muchachos jóvenes bien vestidos, con pinta de chetitos que se reían de la travesura que se mandaban, que por ir a comprar merca se sentían porongas, como si fueran protagonistas de “el marginal”. El pibito les hizo señas que lo sigan y sin decirles nada los acompañó un par de cuadras. Los caretas se reían y eso ya le daba por las pelotas. De mal llevado nomas, les hizo señas de que se callen, no porque significara algún peligro, sino porque le daba gusto esa sensación de superioridad. En una casilla les marcó que entren, que adentro estaba el transa, que pasen sin miedo que no pasaba nada, que ahí se los cuidaba. En el interior les sacaron como cinco lucas y les dieron una mierda rebajada que para esos pichones era un montón y les hacía sentir Tony Montana.

De ahí se fueron hasta la esquina del bar de siempre, donde cayó otro remis y se los llevó. El pendejo, harto, mandó un mensaje en el celular y que vaya otro. Él quería soñar en los techos.

Donde soñar

Se trepó como siempre por un tapial y se acomodó ahí nomás en el techo que le daba la vista perfecta de todas las entradas del barrio. El gordo Ramón le gritó de abajo “Pendejo pelotudo presta atención que el otro día te dormiste y ya teníamos la gorra en la puerta”. El pibito lo ignoró y se acomodó en una reposera oxidada, que vaya a saber de cuanto hace que esta ahí, pero sigue aguantándosela.  Se empezó a  armar otro fasito para calmar la cabeza.

Como juguetes veía los autos y las personas caminado en la oscuridad escasamente iluminada de barrio San Francisco. Que se pudra se dijo y se recostó de cara a las estrellas, saboreando el humo en la boca, dejándose invadir la cabeza de sensaciones placenteras. Así de golpe se le vino la imagen de un revolver, un arma brillante bien negra y aceitada que calzaba perfectamente en su diestra. Así se sintió a su anchas enfrentándolo al gordo Ramón y rajándole un tiro en la cabeza delante de sus hermanos diciéndole “comete esta atrevido” para después imaginarse en todo un hecho de violencia en el que se ve brutal, ganador, salvaje y respetado, una bestia del crimen, temido y lleno de minas como L´gante.

Después le dio frio y pensó en una cama pero llena de cobijas, tapado hasta no ver la luz, calentito y acurrucado en un lugar seguro y confortable, que lo cuidaban y querían. Le vino a la memoria una tía que lo cuidó un tiempo pero que él, por pendejo pajero y rebelde la hacía renegar. Le gustaba más la calle y bardear con los pibes. Como se lamenta ahora de todo eso. Pobre tía no la vio más.

Silbando bajito

Un patrullero salió del destacamento Coviccos en Rucci y encaró para el fondo. Por las dudas metió un silbido, que se replicó en otro lejano y advirtió a lo lejos las sombras moverse. Falsa alarma, la patrulla retomó por Baldrich y encaró para el oeste. Esta vez fueron dos silbidos cortos y el barrio se calmó. Se volvió a tirar de cara  a las estrellas y esta vez se ahogó con el faso, torpe y boludo comenzó a toser y lo desesperaba un trago de agua. ¿Donde mierda iba a haber en el techo? Saltó el tapial, se coló en un patio sin que lo vean y se puso a tomar de una canilla. Así al descuido relojeó el lugar y vio el chapón cubriendo las plantas. Las hojitas esas no mentían, eran dos pedazos de troncos de marihuana pidiendo ser cosechados. Primero se tentó ¿Por qué no? Pero la luz del patio se encendió y sonaron dos cohetazos que rompieron la noche. El pibito de pedo se trepó al tapial y rajó cagado las patas. Cuando el corazón le devolvió la respiración busco otro techo para seguir soñando y vigilando.

¿Qué habrá sido de esa tía? ¿Quién podría haber sido él en otras circunstancias? Ahora es frio, faso y una bala con su nombre que algún día llegará.