lunes, 24 marzo, 2025
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Edición N°

“Cien caricias no borran una bofetada”

CECILIA GRIERSON

Por José Narosky
Especial para EL NORTE

Cecilia Grierson resulta para muchos de nuestros compatriotas un ser humano desconocido, exceptuando los ambientes específicamente médicos. Y es injusto.

¿Por qué? Porque fue la primera mujer que se recibió de médica en nuestro país, y con este doctorado resultó ser también la primera mujer con título universitario de la República Argentina.

Por ese entonces, 1889, Cecilia Grierson era una maestra de treinta años que cumplía su labor en una república tremendamente convulsionada, con choques políticos violentos.

La figura de Cecilia es una de las tantas personalidades olvidadas de nuestro pasado.

Mucho antes de ser la única mujer en un mundo universitario de varones, ya había demostrado que el tener una férrea voluntad, una tremenda energía y un coraje a toda prueba, no era tan solo un exclusivo don masculino.

Nacida en Buenos Aires en 1859, Cecilia fue llevada por su madre a Entre Ríos, donde poco antes su padre había comprado una estancia.

Es apenas una niña de 11 años cuando el asesinato de Justo José de Urquiza, en abril de 1870, origina una revolución. En pocos meses la fortuna del padre de Cecilia desaparece.

Poco tiempo después fallece su progenitor y su madre queda sola con varios hijos pequeños.

La estancia propia es ahora apenas una pobre extensión de campo que la desolada viuda trata de salvar.

Desesperada, la mujer envía a su hija a Buenos Aires, al hogar de un familiar, mientras su madre se queda en la chacra.

Pero Cecilia Grierson es una muchacha orgullosa.  Antes de aceptar la hospitalidad de ningún pariente, prefiere emplearse como institutriz.

Es inteligente y sagaz. Sabe leer y escribir y habla inglés correctamente.

También comienza a cursar estudios secundarios en la Escuela Normal. Durante un tiempo permanece en la gran ciudad. Cecilia extrañaba a su madre, a los hermanos.

Regresa al campo entrerriano y allí, para contribuir a los pobres ingresos familiares, funda una escuela rural en las afueras de Paraná. Como todavía es menor de edad, hace figurar a su madre como directora. Por otra parte, todavía no era maestra. Pero manejar una escuela sin título anulaba todas sus ambiciones de progreso.

Ya con una idea fija, regresa a Buenos Aires, donde logra recibirse de maestra. Es la época en que Sarmiento crea una escuela tras otra como director general de escuelas, el gran sanjuanino desparrama establecimientos educacionales como si fueran semillas. A Cecilia, maestrita de 18 años, le encarga la dirección de una escuela mixta en Buenos Aires, en la Parroquia de San  Cristóbal. Nicolás Avellaneda es en ese momento presidente de la República.

La Parroquia de San Cristóbal es un barrio de taitas y cantores, como dice algún tango, pero también allí la gente se muere de hambre y de males a los que nadie pone remedio.

Una amiga de Cecilia, Amalia Kenning, está muriendo poco a poco, consumida por la tuberculosis.

Es entonces cuando, súbitamente, Cecilia Grierson asume la responsabilidad más heroica de su existencia: recibirse de médica y salvar la vida de su amiga.

Ingresa en la Facultad de Medicina.

Para costear sus estudios, de noche dirige una de las primeras escuelas nocturnas del país, en el barrio de La Piedad.

Empero, Amalia Kanning, su amiga, muere antes que ella obtenga su graduación universitaria.

Cecilia tiene 30 años cuando recibe su título profesional.

Desde ese momento, no solamente es la primera médica recibida en nuestro país, sino también la primera universitaria argentina graduada, ya lo hemos manifestado. No ha de pasar mucho tiempo para que su figura adquiera popularidad.

Es generosa, humana, infatigable.

El presidente Roca le encarga organizar el servicio de primeros auxilios de la asistencia pública y, desde ese cargo, la ahora doctora Cecilia Grierson trabaja en jornadas que a veces superan las catorce horas de labor.

Funda la Sociedad de Primeros Auxilios, da conferencias, dicta cursos en las Escuelas Normales precisamente sobre primeros auxilios.

Es que quien nació para cantar no puede vivir en jaula.

Cecilia Grierson, la primera médica argentina, vivió sesenta años.

Fue un espíritu luminoso, una mujer de increíble fortaleza, que consagró toda su vida a la defensa de la salud de nuestro pueblo, a crear conciencia de la importancia de la higiene, del cuidado de los niños y del peligro de los malos hábitos.

Fue un espíritu suave y fuerte simultáneamente y sobre todo generoso.

Dio su patrimonio e incluso su salud en bien de sus semejantes.

Y esta mujer excepcional, fallecida un 10 de abril de 1934, inspiró en mí este aforismo impreso: «Dar con los ojos cerrados. Recibir con los ojos abiertos».