jueves, 6 febrero, 2025
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Chicago: una huelga, mártires y el posterior reconocimiento global

La historia del primero de mayo

Este 1° de mayo se celebra en todo el mundo el Día del Trabajador. La fecha alude al de 1886 cuando arrancó una huelga general por la jornada laboral de ocho horas en Norteamérica. El 4 de mayo, una bomba arrojada en una concentración en Chicago mató a siete policías. Ocho anarquistas fueron condenados por estos hechos y cinco de ellos fueron ejecutados. Desde entonces se los conoce como los Mártires de Chicago.

«¡Un día de rebelión, no de descanso!», fue la consigna que acompañó la histórica huelga del 1º de mayo de 1886 en Estados Unidos.

De la redacción de EL NORTE
redaccion@diarioelnorte.com.ar

En octubre de 1884, la Federación de Sindicatos de Estados Unidos y Canadá se fijó como objetivo conseguir la implementación de la jornada laboral de ocho horas no más tarde del 1° de mayo de 1886. De ahí, y de la tragedia que se desencadenó en torno a esa fecha surge la celebración del Día del Trabajador.

La idea de los sindicatos no fue bien acogida por la patronal, que no solo se opuso, sino que además comenzó a redactar listas negras de sindicalistas y a contratar a rompehuelgas, entre los cuales se destaca la agencia de detectives Pinkerton, cuyos agentes amenazaban a trabajadores organizados y provocaban tensiones raciales entre la clase obrera, entre otros encargos.

Un año y medio después, la fecha acechaba sin que se hubiera logrado todavía su propósito, por lo que los sindicatos del país convocaron a una huelga general. “¡Un día de rebelión, no de descanso!”, rezaba el llamamiento. 

La huelga del Primero de Mayo de 1886 fue un auténtico éxito. Las cifras de trabajadores que la secundaron en Estados Unidos en su primera jornada oscilan entre los 300.000 y los 500.000. Se estima que la ciudad donde más incidencia tuvo fue Chicago, con unas 40.000 personas haciendo huelga y unas 80.000 participando en las movilizaciones. La manifestación más importante de la jornada transcurrió por la avenida Michigan y fue encabezada por el matrimonio de anarquistas Albert y Lucy Parsons.

Los Parsons

Albert Parsons había luchado en el bando confederado durante la Guerra Civil americana. Tras la contienda se instaló en Waco (Texas), se involucró en campañas por los derechos de los antiguos esclavos y se casó con Lucy Gonzales, la hija de una esclava negra y su amo blanco. 

El matrimonio interracial y sus opiniones políticas abolicionistas les granjearon enemistades con los antiguos compañeros del ejército sureño y el temido Ku Klux Klan, por lo que tuvieron que huir de Texas y terminaron por instalarse en Chicago.

Tanto la policía de Chicago como el mismísimo Allan Pinkerton los llegaron a considerar “más peligrosos que mil personas causando disturbios”. El jefe de Policía de la ciudad llegó a detener a Parsons en una ocasión mientras se dirigía a la sede del Chicagoer Arbeiter-Zeitung (un periódico socialista escrito en alemán), se lo llevó al ayuntamiento y, ante una treintena de concejales que pedían su ejecución, le aconsejó que abandonara el municipio por su propia seguridad.

La Revuelta

La huelga había logrado mantenerse no violenta gracias a la coordinación de August Spies, un joven líder anarcosindicalista y editor del precitado periódico alemán. Sin embargo, en su tercera jornada, algunos huelguistas se enfrentaron a los esquiroles que habían acudido a trabajar a las fábricas y la policía disparó contra ellos, matando a dos personas.

Indignados por la violencia policial, grupos anarquistas convocaron a una manifestación al día siguiente, el 4 de mayo, en la plaza de Haymarket, el corazón comercial de Chicago. 

Al día siguiente, la concentración comenzó de forma pacífica. Albert Parsons y August Spies dieron largos discursos ante las cerca de 3000 personas congregadas. Spies aseguró en su intervención que el objetivo de esa manifestación no era organizar disturbios, sino reivindicar la jornada laboral de ocho horas y explicar los últimos acontencimientos.

Varios agentes de policía observaban atentos a las personas congregadas, que se encontraban en una actitud pacífica. También se acercó a escuchar a los ponentes el alcalde de Chicago, Carter Harrison, el cual se marchó antes de que acabaran las intervenciones a la vista de que la multitud se encontraba muy tranquila.

Un pastor

A Spies le siguió en el escenario Samuel Fielden, un pastor metodista, albañil, anarcosindicalista y tesorero de la American Group. Fielden no había participado en la preparación de la manifestación, al haberse enterado tarde de su existencia y se había ofrecido voluntario para hablar en el último momento. Su discurso no duró más de diez minutos, pero fue apasionado y llamaba a la movilización. 

Mientras finalizaba su intervención, un numeroso grupo de policías se constituyeron en el lugar, se acercaron al carro al que estaban subidos los oradores y empezaron a dispersar a la multitud. El inspector de policía John Bonfield ordenó a Fielden que detuviera su discurso y a las personas concentradas que se marcharan, a lo cual Fielden le contestó que se trataba de una reunión pacífica y que no tenían ningún derecho para interrumpirla.

En ese momento, alguien arrojó una bomba de fabricación casera hacia el grupo de policías, la cual detonó y mató a siete de ellos en el momento. Se trata de la mayor matanza de agentes de la historia del cuerpo de policía de Chicago. Una ciudad que, recordemos, albergó a Al Capone.

Tiroteo

Este hecho fue seguido de un intenso tiroteo entre obreros y policías. En escasos minutos la plaza se vació y 60 policías acabaron heridos, pero muchos de ellos por fuego amigo. 

El agente de policía Michael Schaack, encargado de investigar los hechos, escribiría tiempo después confesando que el alto número de heridos en su bando se debía a “excesos” cometidos por compañeros suyos.

En total siete agentes y cuatro manifestantes fallecieron ese día. Otro policía moriría dos días más tarde a consecuencia de sus heridas. Se desconoce el número de trabajadores lesionados, pues muchos no acudieron a ser atendidos por médicos para evitar posibles detenciones.

Las detenciones

Al día siguiente, la policía llevó a cabo una redada en la sede del Chicagoer Arbeiter-Zeitung. August Spies fue detenido en el acto, así como su tipógrafo, Adolph Fischer.

Varios registros en domicilios de conocidos anarquistas se llevaron a cabo en los siguientes días y decenas de activistas fueron detenidos.

Entre las casas que se registraron se encontraba la del anarquista Louis Lingg, donde el 7 de mayo se encontró dinamita y materiales para fabricar bombas.

También fueron detenidos Samuel Fielden, Michael Schwabb (editor del Arbeiter-Zeitung), Oscar Neebe (quien intentó relanzar el Arbeiter tras las detenciones) y George Engel, conocido por ser un sindicalista muy activo, pese a que el día de los hechos había estado en su casa jugando a las cartas.

Albert Parsons no se encontraba en Chicago durante las detenciones, pero sabiendo que le estaban buscando y no queriendo abandonar a sus compañeros, se entregó a las autoridades.

En total ocho personas fueron acusadas de conspirar y organizar la matanza. A nadie se le atribuyó concretamente la acción de arrojar la bomba. 

El juicio

El juicio contra los ocho acusados arrancó el 21 de junio de 1886 y finalizó el 21 de agosto. El juez, Joseph Gary, no supo guardar las formas y se mostró muy hostil hacia los acusados a lo largo de todo el proceso.

La campaña de solidaridad con los acusados consiguió reunir 40.000 dólares para pagar a investigadores, cronistas que documentaran la totalidad del juicio y pagar los “modestos honorarios” de los abogados defensores, en palabras del historiador Paul Avrich.

La defensa fue liderada por el abogado William Perkins Black, un respetado veterano de la Guerra Civil condecorado con la Medalla de Honor y letrado de gran prestigio en Chicago. Sin embargo, su buena reputación no pudo soportar la decisión de defender a los anarquistas y, como consecuencia, fue condenado al ostracismo por sus compañeros y perdió muchos clientes. Lo acompañaron en estrados los abogados Sigmund Zeisler (miembro de la Liga Antiimperialista), Moses Salomon y William Foster.

Un total de 118 personas declararon en el juicio, entre ellos 54 agentes de policía. Destacó el testimonio del inspector Michael Schaack, quien lideró la investigación de los hechos. Schaack aseguró que había analizado la composición química de la dinamita de la explosión y que coincidía con la que se encontró en el domicilio de Lingg, por lo que concluyó que los anarquistas de la ciudad llevaban tiempo experimentando con explosivos. Oscar Neebe le espetó en una sesión del juicio que la banda criminal más peligrosa de la ciudad era la policía, que habían destrozado sus casas durante las redadas y habían robado dinero y relojes. Schaack respondió con una carcajada y Neebe le dijo “no se ría, Schaack. Es usted un anarquista, tal y como entiende usted este concepto. Lo son todos ustedes, en ese sentido, debo decir”.

Schaack fue expulsado poco después del cuerpo de policía por haber fabricado las pruebas que se utilizaron en el juicio, aunque fue reintegrado en 1892. Durante el tiempo que permaneció fuera del cuerpo publicó el ensayo Anarquía y Anarquismo (1889), que logró infligir rechazo y miedo hacia los anarquistas en la clase media estadounidense.

De los acusados, únicamente Fielden, Schwab, Spies y Parsons declararon en el juicio. Los discursos de todos ellos en general, y de estos dos últimos en particular, han llenado páginas de libros de historia judicial y anarquista. 

El veredicto

El jurado declaró culpables a los ocho acusados. El juez Gary condenó a todos a muerte, salvo a Oscar Neebe, a quien impuso una condena de quince años de prisión.

Tras escuchar el veredicto, Louis Ling le dijo al jurado lo siguiente: “Soy enemigo del orden de hoy y repito que con todas mis fuerzas, mientras tenga aliento para respirar, lo combatiré. Los desprecio. Desprecio su orden, sus leyes, su autoridad apuntalada por la fuerza. Ahórquenme por ello”.

Una vez que el Tribunal Supremo desestimó el recurso interpuesto por la defensa, el gobernador de Illinois, James Oglesby, conmutó la pena de muerte de Fielden y Schwab por una condena a cadena perpetua. Lo hizo el 10 de noviembre de 1887. A Parsons se le advirtió que seguramente podría conseguir el mismo beneficio, debido a su fama, su pasado militar, a que se había entregado voluntariamente y a su nacimiento en Estados Unidos, pero se negó a pedir clemencia al gobernador, pues consideraba que se entendería como un reconocimiento de su culpabilidad.

Esa misma noche, Louis Ling se suicidó con un explosivo que consiguió colar en la prisión. Se lo puso en la boca como si se tratase de un cigarro y la detonación le voló media cara, pero no murió en el acto y tardó seis largas y agonizantes horas en fallecer.

Al día siguiente, Engel, Fischer, Parsons y Spies fueron ejecutados en la horca. Como habían hecho en incontables manifestaciones anteriores, cantaron La Marsellesa, el himno revolucionario por excelencia, antes de subir al cadalso. Engel y Fischer gritaron “¡viva la anarquía!” antes de morir, y Parsons exclamó: “Llegará el día en el que nuestro silencio será más poderoso que las voces que ahogáis hoy. Dejad que se escuche la voz del pueblo”. Desde entonces se los conoce como los Mártires de Chicago.